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Me dobl� en la oscuridad, met� la Garra de nuevo en mi bota, y cog� mi espada; y al
hacerlo, descubr� que el entumecimiento de mi brazo hab�a desaparecido, y que ahora
parec�a tan fuerte como antes de la pelea.
Sonó un cuarto paso y me volv� para huir, tanteando delante de m� con la espada. Creo
que ahora s� a qu� criatura invocamos desde las ra�ces del continente; pero entonces no
lo sab�a, y no sab�a si fue el rugir de los hombres mono, o la luz de la Garra o alguna otra
causa lo que la despertó. Sólo sab�a que muy debajo de nosotros hab�a algo ante lo cual
los hombres monos, a pesar de su n�mero y de lo terror�fico de su aspecto, se
desperdigaban como chispas al viento.
VII - Los asesinos
Cuando pienso en mi segundo pasaje por el t�nel que me llevaba al mundo exterior,
creo que duró una guardia o m�s. Admito que mis nervios nunca han estado
perfectamente templados, pues siempre los ha atormentado una memoria incesante, pero
entonces se encontraban en extrema tensión, de manera que tres zancadas parec�an
abarcar toda una vida. Por supuesto que yo estaba asustado. Nunca me han llamado
cobarde desde ni�o, y en determinadas ocasiones algunas personas han comentado mi
valent�a. He desempe�ado sin desmayo mis cometidos como miembro del gremio, me he
batido privadamente y en guerras, he escalado pe�ascos y en varias ocasiones estuve a
punto de perecer ahogado. Pero pienso que entre quienes tienen fama de valientes y
aquellos de quienes se piensa que son cobardes como gallinas, no hay mucha diferencia:
los segundos tienen miedo antes del peligro, y los primeros, despu�s de �l.
Desde luego, nadie puede encontrarse muy asustado en el momento de un gran peligro
inminente, pues el cerebro est� demasiado concentrado en la cosa misma y en los actos
que son necesarios para enfrentarla o evitarla. El cobarde, pues, es cobarde porque su
miedo lo lleva con �l; a veces, las personas a quienes creemos cobardes nos sorprenden
por su bravura, si no han sido advertidos del peligro que corren.
El maestro Gurloes, de quien cuando yo era ni�o pensaba que ten�a el m�s imp�vido
valor, era sin duda un cobarde. Durante el per�odo en que Drotte fue capit�n de
aprendices, Roche y yo sol�amos alternar, por turnos, en el servicio del maestro Gurloes y
del maestro Palaemón, y una noche, cuando el maestro Gurloes se hubo retirado a su
cabina, habi�ndome dado instrucciones para que me quedara y le llenase la copa,
comenzó a hacerme confidencias.
 Muchacho, �conoces a la cliente fa? Es hija de arm�gero, y bastante guapa.
Como aprendiz, trataba poco con los clientes; as� que negu� con la cabeza.
 Ha de ser abusada.
No ten�a idea de lo que quer�a decir, as� que respond�:  S�, maestro.
 Se trata de la desgracia m�s grande que le puede sobrevenir a una mujer, o tambi�n
a un hombre. Ser abusada por el torturador.  Se tocó el pecho y echó hacia atr�s la
cabeza para mirarme. La cabeza era notablemente peque�a para un hombre tan enorme;
de haber llevado camisa o chaqueta (lo que desde luego nunca hac�a), hubi�rase cre�do
que la llevaba forrada.
 S�, maestro.
 �No te vas a ofrecer a hacerlo en mi lugar? Con lo joven y jugoso que eres. No me
digas que a�n no tienes pelos.
Por fin comprend� lo que quer�a decir, y le dije que no me hab�a enterado de que
estuviera permitido, porque a�n era aprendiz, pero que si �l lo ordenaba desde luego,
obedecer�a.
 S�, imagino que s�. No est� mal, �sabes? Pero es alta, y no me gustan las altas.
Puedes estar seguro de que en esa familia ha habido un bastardo exultante hace una
generación o dos. Como dicen, la sangre siempre te traiciona, aunque sólo nosotros
sabemos todo lo que eso significa. �Quieres hacerlo?
Me alargó la copa y la llen�.
 Si lo deseas, maestro...  La verdad era que me excitaba imaginarlo. Nunca hab�a
pose�do a una mujer.
 T� no puedes y yo debo. �Y si yo fuera interrogado? Pues tambi�n estoy obligado a
certificarlo y a firmar los papeles. Soy maestro del gremio desde hace veinte a�os y nunca
he falsificado ning�n papel. Supongo que crees que no puedo hacerlo.
Eso nunca se me hab�a ocurrido, as� como nunca hab�a pensado lo contrario (que
todav�a pudiera quedarle algo de vigor sexual) del maestro Palaemón, cuyo pelo canoso,
espalda encorvada y gafas escrutadoras le daban el aspecto de una persona eternamente
decr�pita.
 Bien, mira aqu�  dijo el maestro Gurloes, y con un movimiento se levantó de la silla.
Era de esos capaces de caminar bien y de hablar con claridad incluso cuando est�n
borrachos, y se dirigió con mucho aplomo hacia un armario y sacó un jarrón de porcelana
azul, aunque por un momento pens� que iba a dejarlo caer..
 Esto es una medicina rara y potente.  Quitó la tapadera y me ense�ó un polvillo
marrón oscuro. No falla nunca. Lo tendr�s que utilizar alg�n d�a, de manera que debes
conocerlo. Pon en la punta de un cuchillo exactamente lo que puedas coger con la u�a del
dedo, �entiendes? Si coges demasiado, no podr�s aparecer en p�blico durante un par de
d�as.
Dije:
 Lo recordar�, maestro.
 Por supuesto que es un veneno. Todas las medicinas lo son, y �sta es la mejor. Si te
excedes un poco te matar�. Y no has de volver a tomarlo hasta que cambie la luna,
�comprendes?
 Quiz� ser�a mejor hacer que el hermano Corbinian pese la dosis, maestro.
Corbinian era nuestro boticario; me aterrorizaba que el maestro Gurloes fuera a
tragarse una cucharada ante mis ojos.
 No me hace falta ped�rselo.  Despectivamente puso de nuevo la tapadera sobre la
jarra y de un golpe volvió a colocarla en la estanter�a del armario.  Eso est� bien,
maestro.
 Adem�s  dijo gui��ndome un ojo , contar� con esto.  Del bolsillo del cinturón
sacó un falo de hierro; med�a palmo y medio y en el extremo opuesto a la punta ten�a una
correa de cuero. Aunque te parezca idiota, lector, por un instante no se me ocurrió para
qu� podr�a ser aquello, a pesar del realismo algo exagerado del dise�o. Ten�a la idea
confusa de que el vino lo hab�a vuelto infantil, pues un ni�o es quien supone que no hay
una diferencia esencial entre una montura de madera y un verdadero animal. Me dieron
ganas de re�r.
 �Abusar�, �sa es la palabra. Ah�, ya ves, es donde nos dejan una salida.  Y se
golpeaba con el falo de hierro la palma de la mano, el mismo gesto, ahora que lo pienso,
que hab�a hecho el hombre mono que me hab�a amenazado con el mazo. Entonces lo
comprend� y sent� un asco irreprimible.
Pero ahora ya no sentir�a ese sentimiento de asco en una situación parecida. Yo no
sent�a compasión por la cliente, porque no pensaba en absoluto en ella. Era sólo una
especie de repugnancia por el maestro Gurloes, que a pesar de toda su voluminosidad y
enorme fortaleza ten�a que recurrir al polvillo marrón, y lo que es peor, al falo de hierro, un
objeto que quiz�s hab�an quitado de una estatua. Sin embargo, en otra ocasión en que el
acto ten�a que cumplirse inmediatamente por temor a que la orden no pudiera ser
ejecutada antes de que la cliente muriera, lo vi actuar en seguida, sin polvillo ni falo ni
dificultad alguna. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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