[ Pobierz całość w formacie PDF ]
Sólo entonces vi un brillante bastón decorado, y comprend� que alguien me ofrec�a una
lanza como asidero. Una voz femenina dijo algo incomprensible, en todo menos en el
sentimiento, y me agarr� agradecido a la fr�a madera, todav�a m�s ahogado que vivo.
Sent� que limpiaban mi cuerpo de los hierbajos, y que unas manos fuertes me
agarraban por los hombros y me arrastraban, mientras yo parpadeaba para limpiarme el
agua y el barro de los ojos. Al mirar hacia arriba, vi dos rodillas desnudas, y luego la forma
esbelta de mi salvadora, que se inclinó sobre m� y me obligó a tenderme boca abajo.
�Estoy bien! le espet�.
B'th towethoch! insistió ella.
Y unas manos fuertes me masajearon la espalda. Sent� que el agua me sal�a de los
pulmones, y vomit� la mezcla de l�quido y lodo. Al fin, consegu� sentarme, y le apart� las
manos.
Ella retrocedió, todav�a en cuclillas, mientras yo me limpiaba el barro de la cara.
Entonces la vi claramente por primera vez. Me miraba, y se re�a, casi burlona, de mi
lamentable estado.
No tiene gracia dije, observando ansioso el bosque que se extend�a a su espalda.
Pero mi atacante hab�a desaparecido. Y, mirando a Guiwenneth, pronto me olvid� de
�l.
Ten�a un rostro asombroso, de piel clara, algo pecosa. Su pelo era de un casta�o rojizo
deslumbrante, y le ca�a en largas guedejas despeinadas sobre los hombros. Esperaba
que los ojos fueran de un verde brillante, pero su color era un casta�o profundo. Cuando
me miró divertida, me sent� arrastrado por aquella mirada, fascinado por cada peque�o
rasgo del rostro, por la forma perfecta de la boca, por las hebras de salvaje pelo rojo que
le ca�an por la frente. Llevaba una t�nica corta de algodón, te�ida de color marrón. Sus
piernas y brazos eran esbeltos, pero con m�sculos firmes. Advert� que ten�a profundos
ara�azos en las rodillas. Llevaba unas sandalias abiertas, de factura grosera.
Las manos que me hab�an arrastrado, que con tanta fuerza me hab�an sacado el agua
de los pulmones, eran peque�as y delicadas, con u�as cortas y rotas.
Llevaba unas mu�equeras de cuero negro y del estrecho cinturón con tachonaduras de
hierro pend�a una espada corta, embutida en una vaina gris.
As� que �sta era la chica de la que tan desesperadamente se hab�a enamorado
Christian. Al mirarla, al experimentar una atracción hacia ella que nunca antes hab�a
sentido, al intuir su sexualidad, su sentido del humor, su fuerza, comprend� perfectamente
por qu�.
Me ayudó a ponerme en pie. Era alta, casi tanto como yo. Miró a su alrededor, me dio
una palmadita en el brazo y echó a andar hacia la maleza, en dirección a Refugio del
Roble. Yo la detuve, negando con la cabeza. Ella se detuvo y dijo algo, furiosa.
Estoy empapado, y muy incómodo dije. Me frot� las manos contra la ropa, llena de
lodo y hierbajos, y sonre�.
No pienso volver a casa atravesando el bosque. Ir� por el camino f�cil...
Me dirig� hacia el sendero. Guiwenneth me gritó algo, y se palmeó el muslo,
exasperada. Me siguió de cerca, sin alejarse de los �rboles. Desde luego era una experta,
y apenas hac�a el menor ruido. Sólo cuando me deten�a y observaba atentamente la
maleza, pod�a verla un instante. Cuando yo me paraba, ella se paraba, y el sol arrancaba
de su pelo reflejos que siempre deb�an de traicionar su presencia. Parec�a ba�ada en
fuego. En los bosques oscuros, era como un faro, y no deb�a de resultarle f�cil sobrevivir.
Cuando llegu� a la puerta del jard�n, me volv� para buscarla. Salió r�pidamente del
bosque, con la cabeza baja y la lanza firmemente asida en la mano derecha, mientras con
la izquierda agarraba la vaina de la espada para que no rebotara en el cinturón. Pasó
junto a m� corriendo, atravesó el jard�n a toda velocidad, se apoyó contra el muro de la
casa a sotavento, y volvió la vista hacia los �rboles, ansiosa.
Pas� junto a ella y abr� la puerta trasera. Con una mirada salvaje, se deslizó hacia el
interior.
Cerr� la puerta detr�s de m�, y segu� a Guiwenneth, que recorr�a la casa, curiosa,
dominante. Dejó caer la lanza sobre la mesa de la cocina, y se desató el cinturón del que
colgaba la espada, para rascarse la carne irritada por encima de la t�nica.
Ysuth'k dijo con una sonrisa.
S�, s� que debe de hacer cosquillas asent�.
Observ� cómo cog�a mi cuchillo, lo examinaba, sacud�a la cabeza y lo dejaba caer de
nuevo sobre la mesa. Yo empezaba a tiritar y a pensar en un buen ba�o caliente; pero
tendr�a que conformarme con que fuera tibio, pues el calentador de Refugio del Roble no
pod�a ser m�s primitivo: llen� tres cazuelas de agua, y las puse a calentar. Guiwenneth
observó fascinada cómo cobraba vida la llama azul.
R'vannith dijo, esc�ptica.
Cuando el agua comenzó a hervir, segu� a Guiwenneth a trav�s de la sala de estar,
donde se dedicó a mirar las fotos y a frotar el forro de tela de las sillas.
Olfateó la fruta de cera, y dejó escapar un ligero sonido de admiración. Luego se echó
a re�r y me lanzó la manzana artificial. La atrap� en el aire, y ella hizo gesto de comerla.
�Cliosga muga? preguntó. Y se echó a re�r.
Generalmente, no respond� yo.
Ten�a unos ojos tan radiantes, una sonrisa tan juvenil, tan traviesa..., tan hermosa...
Siguió rasc�ndose las rozaduras del cinturón, sin dejar de explorar. Entró en el cuarto
de ba�o, y se estremeció ligeramente. No me sorprendió. El cuarto de ba�o era una parte
algo modificada del edificio anexo, sombr�amente pintado de un color amarillo ahora
[ Pobierz całość w formacie PDF ]