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muchacho sintió que una fuerza magn�tica invisible atra�a a Yara hacia la gema. Dio tres vueltas como
un loco alrededor de la piedra, e intentó volverse tres veces y escapar a trav�s de la mesa. Entonces el
sacerdote lanzó un grito que sonó apagado, alzó los brazos y corrió directamente hacia la
resplandeciente bola.
Inclin�ndose m�s a�n, Conan vio cómo Yara trepaba por la superficie lisa y redondeada con grandes
esfuerzos, como un hombre que asciende por una monta a de hielo. Por fin el sacerdote llegó a la parte
superior agitando los brazos, e invocó los nombres de seres terribles que sólo los dioses conocen. Y de
repente se hundió en el centro mismo de la joya, como un hombre que se hunde en el mar, y Conan vio
cómo las volutas de humo se cerraban sobre su cabeza. Luego la divisó en el centro carmes� de la
gema, que se volvió transparente y cristalino, como quien contempla una imagen lejana en el tiempo y
en el espacio. Entonces apareció en el mismo centro otra figura de color verde, brillante y halada, con
cuerpo de hombre y cabeza de elefante, que ya no era ciego ni deforme. Yara extendió sus brazos y
corrió como un loco, pero el vengador fue tras �l. En ese momento la enorme joya desapareció,
estallando como si fuera una pompa de jabón en medio de fulgores iridiscentes, y la mesa de �bano
quedó vac�a al igual -intuyó Conan- que el lecho de m�rmol de la habitación de arriba en el que hab�a
estado el cuerpo del extra o ser transcósmico llamado Yag-kosha o Yogan.
El cimmerio se volvió y huyó de la habitación descendiendo por la escalera de plata. Estaba tan
perplejo que no se le ocurrió escapar de la torre por donde hab�a entrado. Bajó corriendo por el sinuoso
y sombr�o agujero plateado hasta llegar a una habitación m�s grande al pie de la resplandeciente
escalera. All� se detuvo un instante; hab�a llegado al cuarto de los soldados. Vio el brillo de sus
plateadas corazas y de las enjoyadas empu aduras de sus espadas. Se hab�an desplomado sobre la
mesa de banquetes, con las plumas oscuras ondeando sobriamente sobre los cascos de las cabezas
ca�das; yac�an entre los dados y entre las copas ca�das, cuyo vino manchaba el suelo de color
lapisl�zuli. Conan no sab�a si se trataba de brujer�a o de magia o de la oculta influencia de las enormes
alas verdes, pero su camino estaba libre de obst�culos. Hab�a una puerta de plata abierta, recortada
contra la claridad del alba.
El cimmerio salió a los verdes jardines y cuando la brisa del alba sopló inund�ndolo de la fresca
fragancia de exuberantes plantas, se estremeció como si se despertara de un sue o. Se volvió con un
gesto vacilante para mirar fija mente la enigm�tica torre en la que hab�a estado hace un momento.
�Estaba embrujado y preso de un encantamiento? �Hab�a so ado todo lo que cre�a haber vivido?
Mientras se hac�a estas preguntas, vio de repente que la rutilante torre, recortada contra el cielo
escarlata del alba, y la c�pula incrustada de relucientes joyas que brillaban cada vez con m�s
intensidad por los primeros rayos del sol, se tambaleó y cayó estrepitosamente desintegr�ndose en
min�sculas part�culas resplandecientes.
El Aposento de los Muertos
Harto ya de la Ciudad de los Ladrones (y viceversa), Conan se dirige hacia el oeste, a Shadizar, la
Ciudad del Mal, capital de Zamora, donde espera que sus beneficios sean mayores. Durante un
tiempo, efectivamente, logra m�s �xitos en su profesión de ladrón que los obtenidos en Arenjun, si
bien las mujeres de Shadizar pronto lo despojan de sus ganancias a cambio de iniciarlo en las artes
amorosas. Ciertos rumores acerca de la existencia de un tesoro lo llevan a las ruinas cercanas de la
antigua Larsha, donde llega poco antes que el destacamento de soldados enviado para arrestarlo.
El desfiladero estaba sumido en la oscuridad, a pesar de que el sol del atardecer hab�a dejado una franja
de color amarillo anaranjado con tintes verdosos en el horizonte. Sin embargo, un ojo agudo pod�a
divisar a�n las oscuras siluetas de las c�pulas y de las agujas de las torres de Shadizar, la Ciudad del
Mal, capital de Zamora, la ciudad de las mujeres de negros cabellos y de torres llenas de embrujo y
misterio.
A medida que se desvanec�a la luz, comenzaban a aparecer las primeras estrellas en el firmamento. Las
luces titilaban a lo lejos sobre las c�pulas y sobre las agujas de las torres como contestando a una
misteriosa se al. En tanto que el fulgor de las estrellas era p�lido y desva�do, las luces que brillaban en
las ventanas de Shadizar eran de color �mbar intenso, como si dejaran traslucir los actos abominables
que all� se comet�an.
El desfiladero estaba en silencio, sólo alterado por el chirriar de los insectos nocturnos. Pero este
silencio fue pronto interrumpido por el alboroto de hombres que se acercaban. Por el desfiladero
avanzaba un pelotón de soldados zamorios; eran cinco hombres con sencillos cascos de acero y [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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